soldats georgians tracten d’apagar el foc d’un carro de combat

A l'estiu de 2008, l'ocupació d'Ossètia del Sud per tropes georgianes va donar pas a una guerra llampec on la resposta fulminant de l'exèrcit rus traslladà de manera immediata el principal escenari bèl·lic al cor de Geòrgia. A la imatge, en el cinquè dia de la guerra, soldats georgians tracten d’apagar el foc d’un carro de combat, tocat per un projectil durant la retirada del seu exèrcit per una carretera d’Ossètia del Sud. (12.8.2009)

Georgia, rescoldo frío

Lluís Cànovas Martí / 3.11.2008

[ Vegeu també: La guerra fría / La caída del bloque soviético y la postguerra fría / Emmanuel Todd / Kosovo: la guerra "humanitaria" / Rusia: la restauración imperial / Proclamación de independencia en Kosovo ]

Georgia es desde comienzos del siglo XXI la avanzadilla de Estados Unidos en la ex soviética Asia central. La importancia geoestratégica del país está determinada por su posición central en la ruta del petróleo que, bordeando el territorio ruso, enlaza los yacimientos azeríes del Caspio con el Mediterráneo turco (a través del oleoducto Bakú-Tblisi-Ceyhan, consorcio BTC que bajo el liderazgo de la British Petroleum entró en servicio en 2006) y con las infraestructuras del proyectado Corredor de Transporte del GUAM (GTC, en el que participan Georgia, Ucrania, Azerbaiján y Moldavia, los cuatro países del foro GUAM, constituido en 1997) destinadas a exportar a través de los puertos georgianos de Batumi y Poti, en el mar Negro, el gas natural con destino a Ucrania y Centroeuropa.

Se trata de rutas de transporte energético que topan frontalmente con los intereses de Rusia, entregada en el nuevo siglo a una restauración del viejo imperio soviético que precisamente tiene su principal aliado en el alza del precio de los combustibles. Una circunstancia que el gobierno del Kremlin supo manejar hábilmente como arma política cuando el aumento de la demanda energética europea se disparó en el invierno de 2006.

Saakashvili, el amigo americano

La implementación de los intereses de Estados Unidos y sus aliados occidentales en Georgia pasa por el apoyo a un disidente del régimen proruso de Tblisi: Mijaíl Saakashvili, ministro de Justicia georgiano que en 2001 rompió con el régimen dudosamente democrático del presidente Edvard Shevardnadze, ex ministro de Asuntos Exteriores ruso vinculado aún a los intereses del Kremlin. Ese año, Saakashvili fundó su Movimiento Nacional de Unidad (ENM), que con un ideario liberal-conservador se vincularía como observador al Partido Popular Europeo. En 2003 el ENM articuló la Alianza del Pueblo Unido que, en cuanto alternativa democratizadora, fue la protagonista de la llamada «Revolución rosa» que forzó la renuncia de Shevardnadze ante lo que se consideró fraude electoral en las elecciones de noviembre de ese año. Constitucionalmente ocupó entonces la jefatura del estado el presidente del parlamento, Nino Buryanadze (23 de noviembre de 2003-25 de enero de 2004), y le sucedió Saakashvili tras la abrumadora victoria obtenida en las presidenciales del 4 de enero de 2004. La opción que el líder georgiano representa fue ratificada en las elecciones legislativas del 21 de mayo de 2008, con el 63 % de los votos.

Las repúblicas rebeldes rusófonas

El nacionalismo georgiano triunfante tenía pendiente la solución de sus traumas históricos en Osetia del Sur y Abjasia, dos territorios secesionistas de mayoría rusófona que ejercían una independencia de facto respecto al gobierno de Tblisi: en Osetia del Sur, desde el acuerdo de Dagomis (14 de julio de 1992; punto final de una guerra con Rusia que había comportado un proceso de limpiezas étnicas de signo antagónico y que en virtud de sus resultados fijó la presencia de una fuerza pacificadora rusa en territorio surosetio), y en Abjasia, desde el acuerdo de Moscú (4 de abril de 1994; consagración de la derrota georgiana en una guerra de dos años que, en medio también de severas limpiezas étnicas, consolidó la independencia abjasia proclamada en 1992). En ambos territorios, las políticas de asimilación cultural aplicadas por los sucesivos dominios ruso y georgiano habían colocado al borde de la desaparición sus lenguas autóctonas, osetio y abjasio, que en ningún caso vehiculaban proyectos políticos nacionales: una alternativa que en consecuencia sólo se disputaban Rusia y Georgia.

Para Rusia, la importancia territorial y demográfica de los territorios rebeldes era poco significativa: 3.900 km2 y 66.000 habitantes, en Osetia del Sur; 8.600 km2 y poco más de 216.000 habitantes en Abjasia. Pero lo que en términos de superficie y población podía ser considerada una nimiedad relativa contrastaba con el valor simbólico absoluto que el Kremlin concedía a las minorías rusas que tras la desmembración del imperio soviético pasaron a formar parte de países limítrofes, ahora aliados o en fase de aproximación a occidente: un conjunto de cerca de 18 millones de ciudadanos de etnia rusa (8 en Ucrania, 4 en Kazajstán) que en el extranjero constituían una baza importante para su política. Esa población, porcentualmente destacada en Letonia y Estonia (40 %), Kazajstán (26 %), Ucrania (17,3 %), Kirguizistán (12,5 %) y Bielorrusia (11,4 %), representaba porcentajes menores en Lituania, Moldavia, Armenia, Azerbaiján, Turkmenistán, Tayikistán y Uzbekistán, y tenía su correlato residual en la misma Georgia: 69.000 rusos entre un millón trescientos mil habitantes.

¿Bravatas de guerra fría?

En el plano militar, la política de restauración imperial se retroalimenta de lo que el Kremlin considera amenazador avance de sus antiguos enemigos sobre sus fronteras. El incremento de la presión en el oeste y sur de Rusia que implicaban las sucesivas ampliaciones de la OTAN se acompañaba de iniciativas como la construcción de bases militares en Bulgaria y Rumanía, el proyectado despliegue del escudo antimisiles en Polonia y la República Checa o la política de sanciones impuestas a un aliado tradicional de Rusia como Serbia, que culminaría en el reconocimiento a la independencia de Kosovo. En respuesta a esas presiones, el presidente ruso, Vladimir Putin, anunció en 2007 la suspensión del Tratado de 1990 sobre Armas Convencionales en Europa, alardeó de sus programas de misiles nucleares, de un nuevo programa de submarinos nucleares. Incluso se refirió al peligro de una tercera guerra mundial. Y advirtió respecto al precedente desestabilizador que implicaría el reconocimiento por occidente de la independencia de Kosovo, que finalmente se proclamó unilateralmente en febrero de 2008, cruzando la línea roja que el Kremlin había fijado en política exterior.

La guerra de Georgia

Georgia, en cuanto siguiente candidato a la entrada en la organización atlantista, era el principal destinatario de aquella advertencia (que afectaba también a Moldavia, por el Transdniéster, y a Armenia, por Nagorno-Karabaj), y por la indefinición institucional de sus territorios rebeldes y la correlación de fuerzas militares, el eslabón más débil.

Pero Saakashvili pareció ignorarlo todo y, en un cálculo temerario de sus posibilidades, se decidió a cumplir sus promesas electorales cuando el 7 de agosto atacó Osetia del Sur, ocupando su capital, Tsjinvali. La intervención inmediata del ejército ruso no se detuvo en el territorio agredido, sino que cruzó las fronteras osetias para tomar la ciudad de Gori y controlar las vías de comunicación georgianas con el mar Negro, en donde su flota impuso el bloqueo, mientras desde Abjasia ocupaba Poti con un movimiento de tenaza de sus tropas. La guerra, entre acusaciones mutuas de genocidio y nuevas limpiezas étnicas, se acompañó de la destrucción de las infraestructuras georgianas y dio paso a una intervención diplomática de la Unión Europea que el día 14 impuso un precario alto el fuego y aún un mes más tarde tropezaba con los incumplimientos rusos. En ese contexto, Polonia aprobaba precipitadamente el despliegue de misiles en su territorio, mientras Rusia suspendía el día 21 la cooperación militar con la OTAN y el 26 reconocía la independencia de Osetia del Sur y Abjasia: una decisión unilateral que, conforme al derecho internacional, equivalía a la que en occidente se había tomado respecto a Kosovo.

Bajo supervisión de observadores de la UE, Rusia completó su retirada de Georgia el 10 de octubre, pero mantuvo las tropas en Abjasia y Osetia del Sur, cuyas instituciones autónomas planteaban ya abiertamente incorporarse a Rusia. A la humillación georgiana de la derrota se sumó en el último momento la decisión rusa de no abandonar el distrito de Ajalgori, que bajo administración soviética había pertenecido a Osetia del Sur y, tras la caída de la Unión Soviética, bajo administración georgiana, se había mantenido hasta agosto al margen del proceso secesionista.

[ Vegeu també: La guerra fría / La caída del bloque soviético y la postguerra fría / Emmanuel Todd / Kosovo: la guerra "humanitaria" / Rusia: la restauración imperial / Proclamación de independencia en Kosovo ]

Lluís Cànovas Martí, «Georgia, rescoldo frío» Escrit per a Larousse 2000 (Actualización 2009), Editorial Larousse, Barcelona, 2009