les banderes d'Albània i  Estats Units onegen juntes pels carrers de Prístina

A Kosovo, els interessos geoestratègics dels Estats Units i dels seus principals aliats coincidiren amb els interessos nacionals de la minoria albanesa que reivindicava la independència. La proclamació unilateral d'independència del 17 de febrer de 2008 fou celebrada amb manifestacions acolorides amb les banderes dels països que recolzaven la iniciativa sobiranista. En la imatge, les banderes d'Albània i Estats Units onegen juntes pels carrers de Prístina (17.2.2008)

Proclamación de independencia en Kosovo

Lluís Cànovas Martí / 25.2.2008

[ Vegeu també: Kosovo: la guerra «humanitaria» / El debate sobre los nuevos estados-nación ]

Nada más alejado de la realidad que el mundo sin fronteras estatales concebido a finales del siglo XX por algunos visionarios de la globalización: el mundo, que durante casi un siglo había marchado justamente en sentido inverso a la supresión de fronteras, aceleró precisamente su tendencia a la disgregación en la última década del XX, cuando la caída del bloque socialista y las independencias de Namibia y Eritrea, sumaron 22 nuevos estados al mapa político existente. En los comienzos del siglo XXI, tras el reconocimiento de las independencias de Timor Oriental (2002), Montenegro (2006) y Kosovo (2008), nada indicaba un cambio de rumbo en aquella tendencia fundamental.

Del medio centenar escaso de países independientes anterior a la primera guerra mundial, se había pasado a cerca de doscientos en el nuevo siglo (192 de ellos miembros de Naciones Unidas en 2006). Y no eran pocos en 2008 los casos de reivindicaciones nacionales no satisfechas que apuntaban al horizonte de la independencia entre el medio millar de gobiernos regionales más o menos autónomos esparcidos por los cinco continentes y encuadrados en estados de tamaño medio y grandes imperios [véase Josep Maria Colomer, Grans imperis, petites nacions, Proa, Barcelona, 2006]. Para colmo, existían dos decenas de gobiernos perentorios constituidos en zonas con conflictos armados aún pendientes de resolución.

Kosovo era la última pieza del puzzle balcánico planteado en 1992 por la desmembración de la Yugoslavia socialista. Las convulsiones políticas de aquel gran descalabro estatal llegaban (tras la guerra Bosnia de 1992-1995 y de 1999 en Kosovo) hasta el siglo XXI: en Montenegro, se remansaron con la proclamación de la independencia en 2006; y en la región serbia de Kosovo el primer ministro Hashim Thaçi optó por seguir el mismo camino con la declaración unilateral de independencia del 17 de febrero de 2008

Las especificidades del proceso independentista kosovar eran consecuencia de las circunstancias históricas de un territorio de frontera especialmente disputado. La pugna de albaneses y serbios por Kosovo se remonta a los siglos XIII y XIV, y tiene su punto de partida en mitologías contrapuestas. Para los serbios, la identidad nacional se fundamenta en su fe cristiana ortodoxa, que arranca en 1219, con la consagración del príncipe heredero del reino de Serbia, Rastko Nemanjic, futuro San Sava, como arzobispo de la Iglesia Ortodoxa, y con el establecimiento, en 1346, de un patriarcado serbio en Pec, Kosovo, que devino así la cuna de la nación serbia. Por su parte, los albaneses, de fe musulmana, se reivindican descendientes de los ilirios, primeros pobladores de la región, cuya presencia en Kosovo se remonta al 2000 aC: tesis rechazada por los serbios, según los cuales los actuales albano-kosovares llegaron de Albania durante la dominación del Imperio Otomano (1459-1912), cosa más que probable.

La llave del dominio turco en la región la dio precisamente la derrota cristiana en la batalla de Kosovo Polje (15 de junio de 1389 en el calendario juliano, ahora conmemorada por los serbios el día 28) y se completaría en 1459 con la caída de Smederevo. De este dominio y del aplastamiento de las periódicas revueltas serbias contra los turcos surgiría el inacabable éxodo cristiano kosovar hacia occidente, que, tras la caída del Imperio Otomano, evidenció la supremacía demográfica albanesa en la región.

El Reino de Serbia, Croacia y Eslovenia que le sucedió y la Yugoslavia que desde 1922 lo reemplazaría centraron su política territorial en Kosovo en la corrección de aquel desequilibrio demográfico mediante la expulsión de albaneses y la subsiguiente repoblación con montenegrinos y serbios: las violaciones de los derechos albaneses fueron tan graves que ya en 1919 provocaron la insurrección armada. La represión de esa revuelta y los planes serbios de limpieza étnica subsiguientes (que propiciaron un acuerdo serbo-turco de 1938 para la deportación de 400.000 albaneses a Turquía) prefiguraron el signo de los horrores que, en lo que restaba de siglo, iban a presidir las relaciones entre ambas comunidades.
La revancha albanesa tuvo su momento de gloria bajo el régimen fascista italoalbanés de Shefqet Bej Verlaci (1939-1941) y el proyecto nacionalista de la Gran Albania, al que Kosovo se incorporó junto a Macedonia. Masacre y éxodo de la minoría serbia a manos albanesas marcaron así el otro extremo del movimiento pendular represivo, que tendría de nuevo a los albaneses como víctimas tras la segunda guerra mundial: cuando en 1946 la resistencia comunista liderada por Tito proclamó la República Popular de Yugoslavia, integró a Kosovo en la región serbia de Kosmet. Hubo que esperar a un nuevo estatuto, que en 1968 devolvió a la región el nombre de Kosovo y la dotó de autonomía (ampliada en 1974), para que se paliaran algunas de las afrentas históricas, entre las cuales no fue la menor que 15.000 ex partisanos albano-kosovares comunistas fueran fusilados en 1955 por el general Miodrag Rankovic porque intentaban hacer de Kosovo una república federal. Pero para entonces la emigración inducida por la discriminación en las ayudas a la reconstrucción, y el mantenimiento de la presión sobre la población (de la que no estuvieron ausentes las deportaciones a Turquía, aunque lejos de los objetivos de 1938, que resultaron frustrados por la guerra), habían abierto una nueva brecha demográfica, que sólo en los cinco años siguientes (1955-1960) comportó la pérdida de 117.000 albaneses. El régimen poscomunista de Slobodan Milosevic profundizaría en ese drama ancestral al hacer del proyecto nacionalista de la Gran Serbia el eje básico de su política, que le llevó a suspender en 1985 el estatuto kosovar. Tras ser finalmente derrotado su proyecto megalómano en los restantes frentes, trató de salvar el naufragio de las esencias nacionales en Kosovo. Sin embargo, ahí los planes de Milosevic se cruzaron con los Estados Unidos de la administración Bush.

Desde 1995, la multinacional británica Brown&Root, filial de la estadounidense Halliburton, trabajaba en el proyecto del oleoducto Burgas-Valona (Transbalcánico o AMBO, entre el Caspio y el Adriático), considerado estratégico en la ruta este-oeste del comercio global e integrado en el Corredor 8 del Pacto de Estabilización de los Balcanes. Paralelamente, el Ejército de Liberación de Kosovo (UÇK), nacido como marxista-leninista unos cuatro años antes, recibía el apoyo de la CIA y emprendía el giro ideológico que lo había de llevar a la conversión democrática. Por su parte, de las conexiones de Halliburton con el Pentágono (ligadas al secretario de Defensa, Dick Cheney), nacía el proyecto de la base militar de Camp Bondsteel, en Uresevic, que junto a la frontera macedonia había de ser la base estadounidense exterior más importante desde la segunda guerra mundial y cuya construcción efectiva tras la guerra kosovar lanzada por la OTAN (marzo-junio de 1999) devino pieza clave de la seguridad balcánica: y objeto en 2002 de una denuncia del comisario europeo de derechos humanos, Álvaro Gil Robles, que vio en ella un «Guantánamo europeo».

Tras la guerra, el líder guerrillero Thaçi se proyectó internacionalmente al encabezar en 1999 la delegación de la UÇK participante en las conversaciones que en Rambouillet perfilaron el futuro de Kosovo. Una Misión de Naciones Unidas (UNMIK) asumió la administración de la provincia serbia, en 2001 se eligió un parlamento democrático y en 2002 asumió la presidencia Ibrahim Rugova (fallecido en 2006, antes de que expirara su mandato). En 2003, el censo de Kosovo indicaba que el 88 % de sus 2.150.000 habitantes eran de origen albanés, y el 12 %, serbio. La progresión del Partido Democrático (PDK, constituido por los antiguos guerrilleros) en las sucesivas elecciones de la posguerra y el plan de estado multiétnico (réplica de la Bosnia-Herzegovina acordada en Dayton en 1995) que presentó en 2007 el enviado especial de la ONU, Martti Ahtisaari, preservarían la ocupación militar atlantista de la guerra.

Tras las legislativas del 17 de noviembre de 2007, el proceso se completaría con la proclamación unilateral de independencia de 2008. Una opción, contraria al derecho internacional, que había sido rechazada por Serbia, desafiaba las amenazas de Rusia y China, y era desaconsejada oficialmente incluso por Estados Unidos y por sus principales aliados europeos. Aunque, al final, la independencia kosovar fue saludada jubilosamente por Estados Unidos y sus aliados, mientras sus banderas se hermanaban con la de Albania en las celebraciones de las calles de Prístina.

Otros seis países se apresuraron a anunciar su negativa al reconocimiento de la soberanía kosovar: España, Rumanía, Chipre, Georgia, Moldavia, Sri Lanka., todos ellos con graves problemas de identidad nacional en los que sus minorías independentistas reclamaron el abandono de la política de «doble rasero» que la comunidad internacional mantiene respecto a las naciones sin estado y celebraron el acontecimiento como el augurio de un tiempo favorable a sus reivindicaciones.

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Lluís Cànovas Martí, «Proclamación de independencia en Kosovo» Escrit per al web Nivel 10 Plus del Grupo Editorial Océano