Literatura catalana (1968-2002)

Lluís Cànovas Martí  /  18.10.2002

[ Vegeu també: Panorama de la literatura catalana (2003-2007) ]

En la segunda mitad de los años sesenta, las letras catalanas se beneficiaron de una mayor permisividad de la dictadura en el terreno cultural, que facilitó las ediciones en lengua catalana. La torre dels vicis capitals, de Terenci Moix, que abrió una veta de gran comercialidad, y el poemario Les dones i els dies, de Gabriel Ferrater, de notable influencia entre los poetas jóvenes, aparecieron en 1968, año que marca la divisoria entre las literaturas de posguerra y actual. En pleno estallido de luchas político-sociales, influencias como las de la generación beat o el movimiento underground iban a desbordar los planteamientos del realismo social: en los estertores del franquismo Falles folles fetes foc (1974), del valenciano Amadeu Fabregat, y L'adolescent de sal (1975), del mallorquín Biel Mesquida, y durante la transición democrática Esquinçalls d'una bandera (1978), de Oriol Pi de Cabanyes, y L'anarquista nu (1979), del valenciano Lluís Fernández, señalan un camino de transgresiones temáticas y estilísticas que será ya imparable. La narrativa catalana recogía, por otra parte, la crisis de confianza europea en el lenguaje como reflejo de un mundo personal o colectivo, hecho que se manifestaba en la eclosión del nouveau roman y el textualismo: L'udol del griso al caire de les clavegueres (1976), de Quim Monzó, sería la obra más representativa del fenómeno. La nueva situación política tuvo su correlato literario en formas de expresividad susceptibles de jugar con la intertextualidad y con formas de narratividad que, sin embargo, seguían siendo respetuosas de las barreras de género. En los años ochenta, nuevos autores polemizarían con sus predecesores a favor de una visión más superficial de la posmodernidad: sus modelos pervivirían al comenzar el siglo en Josep Maria Fonalleras y Sergi Pàmies, mientras la desaparición de los grandes escritores de posguerra popularizaba a olvidados o marginados como Joan Brossa, Joan Vinyoli, el valenciano Vicent Andrés Estellés, Pere Calders... Se apuntalarían también algunas de las tendencias aún vigentes en 2002: la proyectiva o alegórica (Monzó), el costumbrismo urbano minimalista (Lluís-Anton Baulenas), la elegíaca (el mallorquín Gabriel Janer Manila, Jesús Moncada), la novela histórica (la mallorquina Carme Riera), la simbólica o filosófica (Montserrat Roig, Jordi Coca), la deconstuccionista (el valenciano Joan Francesc Mira), la de género (el valenciano Ferran Torrent)..., aunque al final casi todos podrían figurar en distintos apartados de la tipología propuesta. Entre los autores no encuadrados, Robert Saladrigas, Jaume Cabré, Maria Mercè Roca, Miquel de Palol, Lluís Maria Todó, Imma Monsó, Julià de Jòdar... Y entre los poetas, el valenciano Salvador Jàfer, Maria Mercè Marçal (fallecida en 1998), Francesc Parcerisas, Narcís Comadira... propugnan el retorno de la presencia humana en el discurso poético y la tradición como expresión integrada, o como en el caso de Enric Casassas, la combinación de esos elementos con la heterodoxia, la psicodelia, el lenguaje popular, en un registro de resonancias ácratas que enlaza con la vanguardia histórica. En teatro, el realismo social tuvo su último gran éxito con El retaule del flautista (1971), de Jordi Teixidor, antes de que las piezas de Brossa y Manuel de Pedrolo introdujeran la vanguardia del absurdo, abriendo la vía a la experimentación escénica. Las fórmulas más alejadas del teatro de autor tienen en Els Joglars (1965), Els Comediants (1970), Dagoll-Dagom (1974) y La Fura dels Baus (1979) a sus compañías emblemáticas, mientras que autores como Josep Maria Benet i Jornet y en Valencia los hermanos Rodolf y Josep Lluís Sirera (El verí del teatre, 1978) introdujeron una experimentación formal que nunca descuidó la importancia del texto. Cuando en torno a 1990 el texto recuperó el protagonismo perdido en las dos décadas precedentes, se les sumaron, entre otros, Sergi Belbel, Lluïsa Cunillé y el valenciano Carles Alberola. Una tendencia que se consolidaría con la apertura del Teatre Nacional de Catalunya (1997) y la introducción en 2001 de la figura del autor residente, que en la temporada 2002-2003 puso en escena obras de autores noveles como Jordi Galceran, David Plana, Enric Nolla y Dani Salgado. La crítica literaria y académica suele coincidir al subrayar la calidad excepcional de algunas novelas recientes: Les primaveres i les tardors (1986) y L'emperador o l'ull del vent (2001), de Baltasar Porcel; Camí de sirga (1988), de Moncada; Dins el darrer blau (1994) y Cap al cel obert (2000), de C. Riera; L'adoració perpètua (1997), de Todó; El Troiacard (2002), de Palol... Por lo demás, los nombres de Miquel Martí Pol, Joan Perucho y de dos exponentes del poder literario como Porcel y Pere Gimferrer sonaban en las especulaciones en torno a un Nobel que las especiales circunstancias de la cultura catalana durante la dictadura hicieron inviable en los casos de Carles Riba, Josep Pla o Salvador Espriu, pero que acaso brinden algún día mejores oportunidades en las condiciones políticas abiertas por la democracia.

[ Vegeu també: Panorama de la literatura catalana (2003-2007) ]

Lluís Cànovas Martí, «Literatura catalana (1968-2002)»Escrit per a Larousse 2000 (Actualización 2003), Spes Editorial, Barcelona, 2003