Ivo Pogorelich
Lluís Cànovas Martí  /  desembre 1996

Pianista croata, figura destacada del pianismo actual. El 19 de marzo de 1996 dio un concierto en el Auditorio Nacional de Madrid.

De «divo Ivo» lo trataron algunos titulares, y a lo largo de su carrera hubo de enfrentarse a una injusta mitología de enfant terrible, centrada en anécdotas irrelevantes del tipo «el pianista que toca con pantalones de cuero» o afirmaciones falsas como «la estrella del rock que toca a Beethoven», tendentes a frivolizar su figura y a convertirla en una referencia más del consumo musical de masas, algo propiciado en su caso por un físico juvenil que satisfacía los cánones de belleza del star system de Hollywood y se tradujo en la pronta aparición de un público de devotas fans en sus conciertos. En los días previos a éstos, sus relaciones con la prensa son un desmentido a aquellos lugares comunes con que los periodistas lo interrogan una y otra vez año tras año, y una reivindicación acaso inútil sobre el significado trascendente que para él adquiere la música en cuanto medio «donde puede alcanzarse la perfección».
Ivo Pogorelich nació el 20 de octubre de 1958 en Belgrado, capital de la entonces Yugoslavia socialista, en el seno de una familia católica formada por el músico y compositor croata Ivan Pogorelich y la serbia Darinka. El matrimonio orientó hacia la música los primeros pasos del niño y sus desvelos se vieron pronto recompensados, aun a riesgo de exponerlo a los peligros que acechan a los niños prodigios. Según cuenta el pianista al cabo de los años, sólo se libró de aquella amenaza por el interés que en él y su carrera puso su profesora de conservatorio, Aliza Kezerade, quien lo preservó de aquel destino y, más allá de los naturales prejuicios que suscitaba el hecho de que aventajara en casi veinte años al discípulo, acabó convirtiéndose en su esposa.
En su formación musical se cuenta la asistencia a una representación operística con seis años de edad, el inicio de los estudios de piano a los siete, una fugaz incursión en el estudio del violín a los ocho y su primer concierto a los nueve. En ese tiempo tres monstruos del teclado, Benedetti Michelangeli, Horowitz y Gould, cobraron para el niño perfil de ídolos, mientras al piano afianzaba con primeros premios el paso por concursos locales y regionales. Tenía once años cuando el pianista y pedagogo soviético Jevgenij Timakin, llegado a Belgrado con ocasión de un programa de intercambio cultural, convenció a los padres para tomar a Ivo como alumno en la Escuela Central de Música de Moscú, adonde se trasladó inmediatamente y en donde cursaría, en régimen de internado, los cinco años siguientes. A su término, sin solución de continuidad, ingresó en el Conservatorio Chaikovski de la entonces capital soviética.
En segundo curso del conservatorio, cuando contaba diecisiete años, tuvo lugar el señalado encuentro trascendental: su primera lección con la profesora Kezerade se detuvo en la tercera barra centrándose durante tres horas en el trabajo de dos notas, y asegura que pensó: «o bien olvido todo cuanto sé o me asocio a su estilo»; también le pareció «una mujer bellísima... y no podía imaginar que además era una pianista excepcional». La admiración hacia la maestra, de quien dice que nadie entre los pianistas contemporáneos utiliza instrumentalmente el piano como ella, terreno en el que la equipara a Rachmaninov y Brahms, se confunde con la admiración hacia la mujer, que es su esposa, «mi mayor crítico y quien hace que me sienta príncipe del piano»: su respuesta ante la inevitable y morbosa pregunta sobre su anticonvencional matrimonio es que «toda historia de amor es única; en mi caso no se trata de un tema sexual, es algo mucho más hondo, una relación única entre dos personas que también son únicas». La pareja se casó en 1980, cuando él contaba veintidós años, y se instaló en Londres con el hijo del anterior matrimonio de ella, entonces de nueve años: una historia poco común que se quebraría precisamente en 1996 con la prematura muerte de Aliza. El mismo año del casamiento sucedió otro hecho crucial: en octubre fue eliminado en la tercera ronda del Concurso Internacional de Piano Federico Chopin de Varsovia, prestigiada puerta al virtuosismo en dicha especialidad instrumental. El suceso, ocurrido en pleno ascenso del movimiento sindicalista de oposición al régimen comunista polaco, adquirió ecos de escándalo y acabó politizándose cuando la argentina Martha Argerich, una de las figuras más destacadas del pianismo actual, dimitió del jurado en protesta por el sistema de puntuación empleado: ella opinó que Pogorelich era «un genio», en contraposición a sus no menos doctos colegas, que, como Nikita Magaloff y Eugene List, consideraban inaceptables algunas de las libertades excesivamente personales que se tomaba el intérprete, un sambenito de heterodoxia que desde entonces no ha dejado de perseguirlo. Se sobreentendía, y así lo asumió el propio Ivo, que el jurado habría cedido a las presiones de las autoridades comunistas, opuestas a consagrar a un artista que había abandonado la Unión Soviética y se estaba consolidando ya en los circuitos occidentales, como testimoniaban sus triunfos en el concurso italiano de Casagrande de 1978 y en el de Montreal del mismo 1980. Una entrevista concedida por el contrariado Ivo a The New York Times a propósito de tales hechos certificó la ruptura y lo convirtió en símbolo de la joven disidencia del Este frente al sistema cuando, a los pocos días, accedió a improvisar un concierto en la catedral de Varsovia y «toda la ciudad estaba allí», según sus propias palabras.
Lloviéronle en lo sucesivo los contratos, comenzando por los de la firma discográfica Deutsche Grammophon, que grabó con él dos discos que incluían piezas de Beethoven, Schumann, Ravel y Prokofiev, autor éste que se cuenta entre sus favoritos y con cuya Sonata nº 6 dio el primer concierto profesional, ganó el concurso de Montreal e inauguró dicha tarea discográfica. Hitos de su carrera fueron su interpretación del Concierto nº 2 de Chopin con la Orquesta Sinfónica de Chicago, en 1983, y la del Concierto de Chaikovski con la Orquesta Sinfónica de Boston, que tuvo lugar en el Carnegie Hall en 1984. Este mismo año dio un plantón a Karajan, la gran figura de la Deutsche, cuando preparaba la grabación de este último concierto con la Sinfónica de Viena y el mítico director intentó imponerle un tempo distinto en el primer movimiento. Sus galas, una cincuentena al año, abarcan desde entonces todo el mundo, incluyendo no menos de una por temporada en alguna ciudad española: en el anecdotario de los melómanos hispanos se recuerda aún con admiración que en 1985 interpretaba la Sonata , op. 111 de Beethoven en el concierto inaugural del I Festival de Música de Canarias cuando se fue la luz y continuó tocando como si tal cosa. En 1988 instituyó un festival de música en la alemana Berishoffen y en 1994 un Concurso Pogorelich para pianistas noveles en Passadena, California. Con los años, ha ido incorporando a su repertorio obras de Bach, Haydn, Mozart, Liszt, Mussorgski..., un itinerario que va del barroco al romanticismo, pasando por el clasicismo, y que, salvo los casos de Prokofiev y Ravel, no incluye autores del siglo xx : «no porque no me gusten, sino porque no los conozco», decía en 1996, al tiempo que manifestaba su interés por el Ludus tonalis de Hindemith, «la obra polifónica instrumental más importante de este siglo», y por el soviético Shostakovich, «casi destruido por el sistema», afirma con indisimulada empatía de disidente.
El drama que en los países del Este europeo siguió a la caída del bloque soviético no le fue, desde luego, indiferente: «toda mi familia está envuelta en tiros y bombardeos por todas partes», decía en 1992, al tiempo que recordaba que su mujer es georgiana («ya ve lo que pasa en Georgia»). Desde el comienzo del conflicto denunció la devastación del patrimonio cultural de Croacia («Croacia está pagando un precio muy alto por su independencia»), tocó en Londres para ayudar al envío de víveres y medicamentos a Dubrovnik e instituyó una beca de ayuda para músicos jóvenes en Zagreb. Se lamenta: «Es terrible. Se podía haber evitado tanta destrucción».

Lluís Cànovas Martí, «Ivo Pogorelich»
Escrit per a l'Anuario de los protagonistas 1996, Difusora Internacional, Barcelona, 1997