José María Valverde
Lluís Cànovas Martí  /  junio 1996

Catedrático de historia de la estética, poeta y traductor español que el 6 de junio de 1996 falleció en Barcelona, víctima de un proceso canceroso, a los setenta años de edad.

«Nulla estetica sine etica», le salió en frase lapidaria: «no pretendí lanzar una frase histórica del tipo "Más vale honra sin barcos, que barcos sin honra", sino hacer un chiste, una broma trágica que luego me estropearon», explicaría años más tarde. La dirigió en febrero de 1965 a su amigo José Luis López Aranguren, quien acababa de ser expedientado con Enrique Tierno Galván y Agustín García Calvo por encabezar una marcha estudiantil que, a través del campus de la Universidad de Madrid, se proponía entregar en el Rectorado las conclusiones de la IV Asamblea de Estudiantes que los tres acababan de presidir en el comienzo de las grandes movilizaciones estudiantiles de los años sesenta. La marcha fue duramente reprimida por la policía, y la participación de esos catedráticos en la protesta -un hecho insólito que transgredía la rígida compartimentación estamental del mundo académico franquista-, castigada con su expulsión de la Universidad. La frase de Valverde no fue el gesto corporativo de un catedrático hacia sus colegas sancionados, sino una declaración de solidaridad que rubricó con la renuncia a la propia cátedra que había ganado apenas dos cursos antes. Al cabo, la solemnidad latina de su particular «Apaga y vámonos» era la que mejor cuadraba en esa particular coyuntura histórica. Y ese resultado, la incomprensión de la ironía contenida en aquella sentencia, el ejemplo más emblemático de su incomprendida travesía del desierto como intelectual comprometido.
José María Valverde Pacheco nació en la cacereña Valencia de Alcántara el 26 de enero de 1926. En ese tiempo, la familia ya vivía en Madrid, pero la madre había querido dar a luz en su pueblo natal. Se trataba de una familia de clase media de provincias, católica, acomodada y conservadora, pero culta. El abuelo paterno había sido notario, y el padre -José María Valverde también- era abogado en ejercicio en la capital. Tenía allí una biblioteca notable y una afición por la literatura que lo llevó a publicar, en 1928, un libro de poemas: referencia bibliográfica que, por la coincidencia con el nombre del hijo, algunas biografías asignan a éste, entonces un bebé de dos años. En la capital de España transcurrió la infancia y la adolescencia del futuro académico. Cursó estudios en el Instituto Ramiro de Maeztu, donde a los diecinueve años publicó su primer poemario, Hombre de Dios (1945), con prólogo de Dámaso Alonso, y filosofía y letras en la Universidad, donde se licenció en 1948 y, años después, se doctoraría con la tesis Guillermo Humboldt y la filosofía del lenguaje (1955). En esos años universitarios trabó algunas de sus relaciones e influencias decisivas: con el grupo Juventud Creadora canalizó sus inquietudes, y colaboró en las revistas Garcilaso, Proel y Mensaje, entre otras; la amistad con los poetas Luis Rosales y Luis Felipe Vivanco -junto a Leopoldo Panero, los mejores poetas del franquismo-, con quienes formaba un trío en el que «se me consideraba como el hermano menor»; las visitas a la casa de Vivanco, donde conocería a la cuñada de éste, Pilar Gëfall, quien, en calidad de tía, cuidaba de los hijos del matrimonio de su hermana mayor y, años después, iba a convertirse en la esposa de Valverde, sellando el parentesco entre ambos poetas; Leopoldo Panero, a través de quien conoció a los poetas nicaragüenses Ernesto Cardenal y Carlos Martín Arrivas, los cuales le hicieron más entrañable si cabe su interés por la poesía hispanoamericana -patente en la influencia de Darío, Vallejo y Neruda sobre su obra-, que junto a la de Antonio Machado, de quien decía considerarse «el mejor discípulo», le llevaron a definirse como «poeta hispanoamericanizado».
En esos años «éramos todos de derechas», recordaba Valverde. Generacionalmente instalado en el franquismo sociológico de la época, obtuvo en 1949 el premio nacional José Antonio Primo de Rivera por su segundo poemario, La espera, y a los pocos meses una plaza de lector de español en la Universidad de Roma, en donde permanecería hasta 1954. Trabajaba en la tesis y en el ensayo Estudios sobre la palabra poética (1952), y escribía su tercer poemario, Versos del domingo (1954). También viajó a Nápoles como acompañante de Ramón Menéndez Pidal en una visita al pensador marxista Benedetto Croce, una de las figuras más relevantes de la historia de la estética. De regreso a España, leyó la tesis, ganó el premio nacional de Traducción Fray Luis de León por 50 poesías de Rilke (1960), opositó a cátedra y obtuvo la plaza vitalicia en Barcelona (1963), una dedicación que interrumpiría, ahí es nada, durante los doce años de exilio docente que siguieron a su ya señalado desafío al stablishment universitario franquista.
Aquella «histórica» lección de ética tenía, sin duda, su lado político, explicable por su evolución personal. En la Italia que había conocido, la confrontación entre el PCI y la DCI había dado paso, con el clima más distendido que propició la desestalinización, a la apertura del diálogo cristiano-marxista entre intelectuales, una experiencia ante la cual el ecumenismo de su activa fe católica y su aguda sensibilidad social no podían permanecer indiferentes. Valverde llegó al antifranquismo a través de la religión y, a partir de 1962, esa toma de conciencia se concretó en un castrismo que denotaba influencias varias: de Alfonso Carlos Comín, fundador del grupo Cristianos por el Socialismo, del pensador marxista Manuel Sacristán y acaso, sobre todo, de poetas cubanos amigos a los que admiraba y que abrazaron la causa de la revolución en la isla. A la docena de años en que permaneció alejado de su cátedra se debe gran parte de su trabajo editorial, principalmente como traductor y autor de obras de intención didáctica, y como divulgador. En 1967 se autoexilió a Estados Unidos, contratado como profesor de literatura española en la Universidad de Virginia, y al curso siguiente se trasladó, por falta de adaptación a la sociedad estadounidense, a Canadá, contratado por la McMaster University, de Hamilton, Ontario, y por la Trent University, donde impartió literatura comparada y fue jefe del Departamento de Estudios Hispánicos. Allí prosiguió su labor: su Ulises, de Joyce, fue reconocido como un clásico de la traducción y a su regreso a España, en 1978, distinguido de nuevo con el premio Fray Luis de León. Igualmente valiosas son sus traducciones de Melville, Hölderlin, Elliot, Whitman, Faulkner o todo el teatro de Shakespeare, entre otros autores, que le valdrían en 1990 el premio nacional de Traducción al conjunto de su labor.
Sus convicciones castristas -inquebrantables ya para el resto de su vida- y la evolución paralela de sus amigos nicaragüenses, que en el proceso revolucionario de su país se convertirían en referencias de la cultura latinoamericana -y Cardenal incluso en ministro del primer gobierno revolucionario-, lo llevaron finalmente al compromiso con la causa sandinista: antes de 1978, en el comité de apoyo a la guerrilla del FSLN y, tras la victoria, como fundador y presidente de la Casa de Nicaragua en Barcelona.
En 1991 sus Poesías reunidas (1945-1990) recibieron el premio Ciudad de Barcelona. Al año siguiente, Valverde fue distinguido con el premio de las Letras de Castilla y León «por su considerable obra literaria en sus vertientes poética y ensayística», en la que destacan una Historia universal de la literatura, en colaboración con Martí de Riquer, Vida y muerte de las ideas (1985) y Breve historia y antología de la estética (1987). En una de sus últimas acciones testimoniales, se presentó a las elecciones de 1993 como independiente por el Partit dels Comunistes de Catalunya (PCC): su posición de tercero en la lista garantizaba que no iba a salir elegido y su voluntad de mantener la independencia, pero al mismo tiempo subrayaba su solidaridad con los más débiles, en ese caso una formación de la izquierda comunista a contracorriente de las tendencias «políticamente correctas» impuestas por la caída del Muro. Para él, una vez más, «Nulla estetica sine etica».

Lluís Cànovas Martí, «José María Valverde»
Escrit per a l'Anuario de los protagonistas 1996, Difusora Internacional, Barcelona, 1997