Antonio Solá (1782/83-1861). Tulia, hija de Cicerón, lee delante de su padre una de sus composiciones literarias, 1803-1861. Tinta y aguada sobre papel, 128 x 180 mm. Cat. D-7410

Evocació neoclàssica de la vida familiar a casa de Ciceró: Túlia, filla especialment dotada per a les belles arts, llegeix una de les seves composicions al pare. Dibuix de l'escultor català Antoni Solà (1783-1861) que es conserva al Museo Nacional del Prado, a Madrid.

Marco Tulio Cicerón, padre del latín literario

Lluís Cànovas Martí  /  16.4.2013 (Amp. 20.8.2014)

El estilo oratorio, entendido como cualquier forma de expresión fundamentada en la elocuencia, fue una de las aportaciones básicas de la Grecia clásica a la cultura occidental. Tuvo la oratoria griega sus primeros profesionales en los logógrafos -el más conocido de ellos Lisias- que redactaban los discursos para los tribunales; así como tuvo en Demóstenes su figura más elocuente y en la Escuela ateniense de Sócrates su institución más representativa.

En cuanto género, la literatura romana está impregnada en todas sus manifestaciones de ese legado retórico que había nacido con fines políticos en el ámbito heleno y cuyo propósito básico era, entonces como ahora, la persuasión. Esa tradición fue trasplantada a la república romana por Cicerón, jurista que estudió la disciplina oratoria con los maestros griegos y que la supo adoptar, perfeccionada, en la forma de sus propios discursos ante los tribunales romanos y el Senado de la república: un trabajo de adaptación que proporcionaría al latín un léxico abstracto del que carecía y que significó una contribución fundamental a la transformación de esa lengua en una lengua literaria culta.

Caso excepcional entre los escritores de la Antigüedad, la colección de los discursos de Cicerón se conserva en su casi totalidad: la crítica erudita subraya, sin embargo, que algunos de esos discursos, como por ejemplo las Catilinarias, fueron modificados a conveniencia en el breve lapso transcurrido entre el debate senatorial en el que fueron pronunciados y la fecha de su publicación, coincidente con una coyuntura política en la que el autor tuvo que guardar prudentes cautelas. Se señala, asimismo, que sus escritos proporcionan el conjunto de la doctrina básica que inspiró su estilo y los fundamentos de la elocuencia, contenidos en los tratados eruditos del autor, en especial De oratore, del año 55: en ese apartado de lo que pueden considerarse primeros esbozos de compendia, existe constancia de las pérdidas del libro de diálogos sobre filosofía Hortensius y del tratado De gloria, que en el siglo IV fueron referenciados, respectivamente, por Agustín de Hipona (el san Agustín de los cristianos) y Petrarca. También a Cicerón se debe la mayor parte del conocimiento sobre los oradores que le precedieron: un legado impagable para la historia de ese género que, por los motivos indicados, se identifica inevitablemente con la figura de Cicerón.

La vida de Marco Tulio Cicerón (106 a.C.-43 a.C.) es la de un homo novus, advenedizo que desde la nada alcanzó mediante una carrera fulgurante un puesto notable en la sociedad romana de su tiempo y llegó a ser elegido cónsul en el año 63. Había nacido en Arpino -a cien kilómetros de Roma- en una familia plebeya que poseía una fortuna acumulada durante generaciones y que fue promovida por esta razón al ordo equester. Supuestamente, el padre no pudo dedicarse a la política por su quebrantada salud, que lo empujó a la literatura; la estirpe de la madre, Helvia, contaba con dos pretores: magistrados que en la jerarquía romana ocupaban el escalafón inmediatamente inferior al del cónsul. Marco fue mandado a estudiar derecho a Roma junto con su hermano menor, Quinto (futuro gobernador de Asia y lugarteniente de César en la Guerra de la Galia). Tuvieron allí como maestros a los hermanos Antonio y Marco Licinio Craso (quien en el 73 aplastó la rebelión de Espartaco) y a Quinto Mucio Escévola (cónsul de la República en el 95, que promulgó la ley que hizo estallar la Guerra Social porque denegaba la ciudadanía a los inscritos ilegalmente en el censo de los censores). Pertenecían esos maestros a la nobleza senatorial, una influencia política que ayuda a explicar la trayectoria conservadora de sus discípulos, a la que tampoco se sustrajo el ideario político de Cicerón. Recibió asimismo Cicerón las clases de arte oratoria de Apolonio Molón de Rodas, de paso por Roma en el 87. Cuando ese año estalló la guerra civil que enfrentaría a Mario y Sila, recibió lecciones particulares del estoico Diódoto durante un período de preparación que en el 82, al concluir la guerra, le permitió ejercer la abogacía. En el ejercicio de su profesión, obtuvo Cicerón un gran éxito en el año 79 como defensor de Sextio Rocio contra el liberto Crisógeno: un caso eminentemente político en la medida que la parte perdedora contaba con el apoyo de Sila.

Trasladose con ese bagaje a Grecia en el período 79-77: en Atenas recibió clases del jefe de la Academia, Antíoco de Ascalón, y del epicúreo Zenón; en el 78, en Esmirna, de Rutilo Rufo, y en Rodas, de Posidonio de Apamea y nuevamente de Molón. Regresó ese mismo año a Italia a la muerte de Sila: cuestor (76) en Sicilia; defensor de los sicilianos contra el magistrado Verres, se enriqueció por los numerosos pleitos que le confiaron, a la vista del fallo favorable conseguido.

La vida política de Cicerón abarca la trepidante época del Imperio que llevó al ocaso de la república. El período lo abría la conjura de Catilina (objeto de los cuatro discursos de sus Catilinarias: pronunciados entre el 8 de noviembre y el 5 de diciembre del 63, que inclinan al Senado a condenar a Catilina a la pena capital); se aceleró con la guerra que enfrentaría a César y Pompeyo; se desarrolló tras el asesinato de César (idus de marzo del 44, en el que los tiranicidas mantuvieron a Cicerón al margen por la mala fama de su ambigua cautela) y la subsiguiente guerra que llevó a la derrota de Marco Antonio frente a Octavio (objeto aquél de las catorce vehementes Filípicas ciceronianas); finalmente, la reconciliación de los contendientes, que formaron con Lépido el segundo triunvirato (octubre del 43) y pactaron la proscripción de Cicerón. El brillante orador fue ejecutado en Formia el 7 de diciembre, y su cabeza y sus manos expuestos en los rostra del Foro romano.

Lluís Cànovas Martí, «Marco Tulio Cicerón, padre del latín literario» Escrit per a Grandes personajes universales, Ed. Océano, Barcelona, 2013