Exaltació del mite revolucionari del 25 de Abril a la façana de la seu del Partit Comunista Portuguès
de l'avinguda de la Libertade de Lisboa (10.4.1984) [Foto, Lluís Cànovas]

El laberinto portugués: crisis, alternancia y cohabitación
Lluís Cànovas Martí  /  6.10.2006

[ Vegeu també: Portugal, el copo socialista / Apuntes sobre políticas nacionales en la UE: Portugal ]

La crisis financiera internacional de 2001 tuvo uno de sus correlatos específicos en la crisis económica y política que aquejó a Portugal durante el primer quinquenio del siglo. Aquella crisis, que en la mayoría de países desarrollados fue un hecho más o menos coyuntural, pareció adquirir carácter crónico en el caso portugués. Medida de la marcha económica del país, el producto interior bruto (PIB) portugués descendió del 3,8 % ( 1982-1992) al 2,5 % (1992-2002) y marcó ese último año una brusca inflexión al 0,5 %, antes de precipitarse en un crecimiento negativo, del -1,3 % (2003), que lo sumió en una fase recesiva de la que trataba de alejarse en 2006. La persistencia de esta situación alimentaría mientras tanto una crisis política en la que la alternancia institucional de los dos partidos mayoritarios (Partido Socialista, PS, y Partido Social Demócrata, PSD) se concretó en la sucesión de cuatro gobiernos distintos y culminó tras las presidenciales de 2006 con la fórmula de cohabitación social-conservadora.
Entró Portugal en el siglo XXI con el gobierno socialista de António Guterres (1 de octubre de 1995-
17 de marzo de 2002) y la jefatura de estado de su correligionario Jorge Sampaio; daría paso a continuación a los gobiernos conservadores de José Manuel Durão Barroso (2002-junio 2004)
y Pedro Santana Lopes (2004-marzo 2005), para abrir de nuevo la entrada a un gobierno socialista, el de José Sócrates, que obtuvo la primera mayoría absoluta socialista de la historia del país (20 de febrero de 2005); aún no había transcurrido un año, cuando otra mayoría absoluta de signo opuesto colocó al socialdemócrata Aníbal Cavaco Silva en la presidencia de la república (23 enero 2006). La cohabitación resultante parecía refrendar el rumbo errático de una política nacional que no encontraba la puerta de salida a su particular laberinto.

El último de los Quince

En ese comienzo de siglo, los vaivenes de la política portuguesa y el aparente totus revolutus de su alternancia de facto apenas disimulaban la incapacidad de los sucesivos gobiernos para dar solución satisfactoria a los problemas de desigualdad social y escaso poder adquisitivo que al menos hasta 2004, año en que tuvo lugar la entrada de diez nuevos socios en la Unión Europea, hicieron de la sociedad portuguesa la más dual del panorama comunitario.
La medida de esta especificidad cobraba relieve en relación con los niveles de desarrollo social
y económico alcanzado por sus socios: a diferencia de Irlanda y España, Portugal no supo aprovechar las ventajas de los fondos estructurales comunitarios y, lejos de la deseada convergencia europea, sus indicadores económicos señalaron un menor empuje relativo que colocaba al país en la cola del ránking de la Europa de los Quince y evidenciaba una desesperante divergencia con el resto de socios comunitarios, al menos hasta que la ya indicada ampliación de 2004 elevó a 25 su número.

Búsqueda de una convergencia europea

Así las cosas, los cuatro gobiernos de esos años coincidieron en la aplicación de políticas económicas neoliberales que se proponían los objetivos de convergencia europea y, al menos en los tres primeros casos, se saldaron con el fracaso. Quedaban a la espera los resultados del gobierno Sócrates y la fórmula de cohabitación puesta en marcha en 2006.

Final del gobierno António Guterres

El gobierno de António Guterres había adquirido un notable prestigio internacional por su papel en importantes acontecimientos: creación de la Comunidad de Países en Lengua Portuguesa (1996), organización, en cuanto anfitrión, de la V Cumbre de la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa y la VIII Cumbre Iberoamericana (1996), participación en la solución de la crisis de Timor Este (1999), elección de Guterres como presidente de la Internacional Socialista (1999), transferencia de la soberanía de Macao a China (2000), presidencia de turno de la Unión Europea (2000) y organización en Portugal de los correspondientes consejos europeos y de la cumbre EEUU-UE (2000).
Pero el prestigio exterior otorgado por ese cúmulo de hechos relevantes poco podía ante el descontento creado en Portugal por la crisis financiera, que arrastró al país a caídas en su actividad productiva y de consumo, dando lugar a los primeros descensos significativos del producto interior bruto, que, tras años de crecimiento por encima del 4 %, en 2001 caería al 2%, al tiempo que el déficit público amenazaba con sobrepasar el tope del 3 % fijado por la Unión Europea en el Pacto de Estabilidad y Crecimiento (PEC) y la inflación se disparaba del 2,2 al 4,2 %
En esas circunstancias, las elecciones municipales del 16 de diciembre de 2001 dieron un vuelco al panorama político: el PSD de Durão Barroso rompió una racha de tres derrotas electorales consecutivas (europeas y legislativas en 1999, y presidenciales en 2001) y pasó a gobernar los ayuntamientos de 160 localidades, entre ellos los de Lisboa, Oporto y Coimbra, mientras los socialistas perdían el control de 29 de sus 127 consistorios. Inesperadamente, esa derrota llevó a Guterres a presentar su dimisión irrevocable en la misma noche electoral y a renunciar a su escaño de diputado, a pesar de encontrarse a media legislatura y contar con una notable mayoría parlamentaria. La decisión del primer ministro obligaba a convocar elecciones anticipadas, por lo que la búsqueda de un candidato socialista de reemplazo se produjo a contrarreloj y entre fuertes tensiones: tras ser descartadas las candidaturas del ministro de Asuntos Exteriores, Jaime Garna, y del comisario europeo António Vitorino, el 22 de diciembre se designó para reemplazarle al dirigente del ala izquierda, Eduardo Ferro. Ya en plena campaña electoral, su oponente, Barroso, con un programa económico liberal similar al que desde 1996 aplicaba el Partido Popular en España, alertó sobre la amenaza intervencionista de una victoria de Ferro, abierto a gobernar con el Partido Comunista, de Carlos Carvalhas. El 17 de marzo de 2002, las elecciones darían una exigua victoria al PSD: 40,1 % de los votos y 102 escaños, frente al 37,8 % de votos y 95 escaños de los socialistas.

El gobierno Durão Barroso

La mayoría de gobierno necesaria la obtuvo Barroso de la alianza con el Centro Democrático Social-Partido Popular (CDS-PP), de Paulo Portas, que aportó sus 14 escaños y el ideario populista respecto a cuestiones de seguridad y orden público e inmigración. El nuevo gabinete tomó posesión el 6 de abril de 2002, con tres carteras para el CDS-PP, entre ellas la de Defensa para Portas.
Una de las primeras medidas del nuevo gobierno fue la apertura de una auditoría sobre las cuentas del Estado. En contra del déficit del 2,2 % del PIB reconocido por el gobierno Guterres, se detectó un déficit público del 4,1 %: Portugal se convertía en el primer país que rebasaba el límite máximo del
3 % establecido en el PEC, por lo cual en septiembre la Comisión Europea le abrió un expediente. Esta realidad, que enconó los enfrentamientos en la escena política portuguesa, fue determinante en el plan de austeridad presupuestaria y de control de la inflación del nuevo gobierno, que se impuso asimismo la aplicación de reformas estructurales en los sistemas nacionales de educación, sanidad, hacienda pública y justicia. Entre las medidas de ahorro inmediatas, se pospuso sine die el cumplimiento de la promesa de rebajar el impuesto sobre la renta; se paralizaron los grandes proyectos de obras públicas, como el de un nuevo aeropuerto para Lisboa; se revisó el de la línea ferroviaria de alta velocidad, y se disolvieron una veintena de organismos públicos considerados prescindibles.
Para mejorar las finanzas públicas se aumentaron, también, los impuestos sobre el combustible; el IVA, que pasó del 17 al 19 %, y lo que fue más importante, se impulsó la privatización de empresas públicas (pieza fundamental del programa de los dos partidos del gobierno), que afectó a Televisión Pública Portuguesa, Transportes Aéreos de Portugal, Aguas de Portugal, Red Eléctrica Nacional, Galp Energía SGPS, Portucel... Como resultado, 2002 cumplió los requerimientos del PEC y cerró con un déficit público del 2,7 %.
Los restantes objetivos se vieron, sin embargo, enturbiados por el avance de la crisis: la inflación bajó al 3,7 %, pero por efecto de la caída de la demanda interna y el descenso general de la actividad productiva, que a su vez redujeron el crecimiento del PIB al 0,5 % y, empujando en el sentido de la desregulación del mercado de trabajo emprendida, elevó el índice de desempleo del 4,2 al 6,3 %. La amenaza de reducción de plantilla de los funcionarios públicos y de recortes en los presupuestos de enseñanza y de la Seguridad Social motivaría el 10 de diciembre una huelga general convocada por la Confederación General de Trabajadores Portugueses (CGT).
El desprestigio de la política y los políticos se vio incrementado en los meses siguientes por diversos escándalos, entre los cuales el de la Casa Pía, auténtico psicodrama nacional, iba a acaparar la primera plana de la actualidad en los años siguientes: un caso de pederastia que afectaba a una institución de beneficencia pública y, tras más de 20 años de denuncias en saco roto, desveló el semanario Expresso a finales de noviembre de 2002. En la larga fase de instrucción judicial saldrían a la luz 128 casos de abusos sexuales contra huérfanos de la institución y, entre otros presuntos implicados, aparecieron el ex ministro de Trabajo y número dos socialista Paulo Pedroso, un ex embajador en Sudáfrica, Jorge Ritto, y el popular presentador de televisión Carlos Cruz. Aunque no salpicó a los partidos del gobierno, otros casos fomentaron la creencia de que la corrupción alcanzaba por igual a todos: a finales de 2003 los ministros de Asuntos Exteriores, António Martins da Cruz, y Enseñanza Superior, Pedro Lynce, tuvieron que dimitir al trascender que la hija del primero había ingresado en la Facultad de Medicina sin poseer la calificación mínima exigida y sin mediar examen alguno.
En política exterior, el gobierno se alineó con la política belicista del presidente George W. Bush, una decisión que no le granjeó simpatías pero tampoco movió grandes protestas, y que dio un relativo protagonismo a Barroso cuando, como anfitrión de la llamada «cumbre de las Azores», el 16 de marzo de 2003 reunió a Bush, Blair y Aznar en Lajes para escenificar el acuerdo aliado sobre la guerra de Irak, a la que Portugal aportaría una compañía de la Guardia Nacional Republicana, que operaría en el sur de aquel país bajo mando británico.
La principal fuente de descontento procedería una vez más de la marcha económica del país, que, ya en franca recesión, registró en 2003 un PIB negativo, del -1,3 %, mientras se denunciaba que la deuda del estado debía rondar en realidad el 5 %, muy por encima de la cifra oficial del 2,9 %, lograda, se decía, mediante prácticas de ingeniería financiera. En un nuevo bandazo de la opinión pública, las elecciones europeas del 13 de junio de 2004 dieron la victoria al PS (44,5 % de los votos, frente al 33,8 % de la coalición de gobierno, Fuerza de Portugal). El 30 de junio, en plena euforia de la Eurocopa de Fútbol, que acabó proclamando a Portugal campeona del continente, Barroso anunció que renunciaba a la jefatura de gobierno para ocupar la presidencia de la Comisión Europea.

El gobierno Santana Lopes

El presidente Sampaio consideró que la mayoría gubernamental garantizaba la estabilidad parlamentaria hasta el agotamiento de la legislatura y el 9 de julio de 2004 encargó la formación de un nuevo gabinete al candidato propuesto por Barroso, Pedro Santana Lopes: decisión protestada tanto por la oposición socialista, que pedía nuevas elecciones (y llevó a la dimisión de Ferro), como en el propio PSD, donde un importante sector consideraba que el perfil de Santana no era el idóneo y que el puesto le correspondía a la ministra de Finanzas y número dos del gobierno, Manuela Ferreira.
Santana definió al nuevo gobierno como continuista, pero en octubre desautorizó a su ministro de Finanzas, António Bagão (titular de Trabajo del anterior gabinete), y anunció que en los presupuestos de 2005 incluiría una rebaja en el impuesto sobre la renta familiar y aumentos de las pensiones y del sueldo de los funcionarios por encima de la inflación. Los agentes sociales y económicos criticaron la iniciativa, tildada de demagógica y electoralista incluso por los sindicatos. Aunque en noviembre el XXVI Congreso del SPD ratificó a Santana en la dirección del partido, se perfiló un sector crítico al que se sumó Aníbal Cavaco Silva, oficialmente retirado de la política desde hacía diez años.

Las elecciones de la cohabitación

El 10 de diciembre de 2004, Sampaio disolvió el parlamento y convocó nuevas elecciones, aduciendo que no se daban las condiciones políticas «indispensables» para llevar el país por una senda «coherente, rigurosa y estable». El gobierno dimitió en pleno al día siguiente y se mantuvo en funciones. Confirmado como candidato socialdemócrata en las elecciones del 20 de febrero de 2005, Santana se enfrentó al nuevo secretario socialista, José Sócrates, en una campaña centrada en la persistencia de los problemas económicos. El PS obtuvo la primera mayoría absoluta de su historia: 45,1 % de los votos y 121 escaños, frente a 28,7 % de votos y 75 escaños del PSD, que a su vez cosechó su mayor derrota desde 1983.
El círculo turnante de los grandes partidos se cerraría, sin embargo, con un resultado inverso en las presidenciales del 13 de enero de 2006. El PSD recuperó como candidato al retirado Cavaco, quien aplastó (50,6 % de los votos) a una izquierda dividida en cinco candidaturas, dos de ellas socialistas: la del poeta y diputado Manuel Alegre (20,7 %), como independiente, y la del veterano Mário Soares (14,3 %), candidato oficialista que durante su etapa presidencial protagonizó la primera cohabitación portuguesa, precisamente con Cavaco de primer ministro. La nueva fórmula de cohabitación institucional surgida de estas elecciones colocaba por primera vez en la historia de Portugal a un conservador en la presidencia de la república.
Aníbal Cavaco Silva, el nuevo presidente, llegaba avalado por sus diez años al frente de un gobierno (1985-1995) que formalizó la entrada en la entonces Comunidad Económica Europea y aprovechó el flujo de sus fondos estructurales en pro de una política neoliberal que se calificó de «milagro económico portugués». La división de las candidaturas de la izquierda y el desprestigio de ese «milagro» que no se sostuvo en el tiempo explican, según la mayoría de analistas, el peso de la abstención (37,4 %) en estas elecciones: 3,3 millones de electores que no acudieron a las urnas y fueron determinantes en la victoria de Cavaco. Una situación que el analista José Gil describía como «el fin del discurso político-ideológico. y el fin de las utopías surgidas del 25 de abril».

[ Vegeu també: Portugal, el copo socialista / Apuntes sobre políticas nacionales en la UE: Portugal ]
Lluís Cànovas Martí, « El laberinto portugués: crisis, alternancia y cohabitación»
Síntesi dels articles escrits per a la História Universal Océano (edició portuguesa), Lisboa, 2007, i Larousse 2000 (Actualización 2007) , Barcelona, 2007