L'ocupació militar soviètica de Txecoslovàquia contra el projecte de “socialisme amb rostre humà”, del govern de Dubcek, marcà l'abandó de tota perspectiva reformista i va empènyer la inteligentsia de l'Est d'Europa cap a uns objectius de democràcia i lliure mercat que implicaven el trencament amb el sistema. A la foto, els manifestants tracten de treure de l'error els confusos soldats de les forces ocupants (Praga, 21-8-1968) [Foto, Josef Koudelka]

Una nueva tangibilidad de fronteras:
camino de la implosión soviética (2) [Dos fragmentos del Cap. 5]

Lluís Cànovas Martí  /  abril-maig 2013

[...] Extramuros, los gobiernos de los países del Este de Europa se plegaban desde hacía cuatro décadas a los dictados del Kremlin, aceptando de facto una hegemonía soviética que era consecuencia del desenlace de la Segunda Guerra Mundial. La imposición unilateral de ese statu quo bélico había contado con episodios sangrientos como el levantamiento obrero de 1953 en Berlín-Este, que fue reprimido por los carros de combate soviéticos; cobró una inequívoca carta de naturaleza con el aplastamiento de la insurrección en Hungría (1956), y quedó fijada más tarde en la llamada «doctrina Bréznev», en cuya virtud el jefe de estado, Leónid Bréznev, proclamó el derecho de la Unión Soviética a intervenir en defensa del sistema socialista de sus vecinos.

La aplicación de esa doctrina habría de servir de coartada para intervenir en Checoslovaquia, cuando el 20 de agosto de 1968 el programa reformista promovido por el primer ministro Alexander Dubcek fue abortado por la ocupación militar soviética, que formalmente fue del Pacto de Varsovia y contó con la participación de tropas de otros cuatro países vinculados a la Unión Soviética en virtud de ese pacto: Bulgaria, Hungría, Polonia y la República Democrática Alemana.

La ocupación de Checoslovaquia se fraguó en el marco del denominado Plan Danubio. Comenzó este a perfilarse después de que Piotr Shelest, secretario general del Partido Comunista de Ucrania, recordara a sus camaradas del Politburó soviético (reunido en marzo de 1968) que Ucrania tenía cien kilómetros de frontera común con Checoslovaquia y planteara abortar preventivamente una eventual extensión del proceso checoslovaco a todo el mundo socialista. La iniciativa obtuvo el decidido apoyo del jefe del KGB, Yuri Andropov, que de inmediato mandó a sus agentes a obtener las pruebas de la conspiración occidental —o en su defecto a crearlas— con el fin de inclinar en favor de la intervención al primer ministro Alexei Kosyguin y a otros miembros del Presídium que dudaban de la oportunidad de una solución militar para Checoslovaquia. A tal efecto, el KGB puso en marcha la Operación Progress, que dentro de Checoslovaquia tuvo como blancos preferentes: la Unión de Escritores; el diario del partido, Rudé Právo; el semanario Gaceta Literaria, y las organizaciones KAN (asociación comunista que con la Primavera de Praga se abrió a toda la ciudadanía) y K231 (asociación de expresos de conciencia condenados en virtud del art. 231 del Código Penal). Entre las iniciativas de los agentes soviéticos, se cuentan: un intento de implicar a la K231 con el tráfico de armas; los planes de secuestro del vicepresidente de la Unión de Escritores, Jan Procházka, y del catedrático de la Universidad Carolina, Václav Cerny; y la ocultación del informe de un agente soviético de la embajada de la URSS en Washington que desmentía la teoría conspirativa porque demostraba con documentos que ni la CIA ni ninguna otra agencia occidental estaban implicadas en los hechos de Checoslovaquia. Al respecto, véase Christopher Andrew y Vasily Mitrojin, The Sword and the Shield: The Mitrokhin Archive and the Secret History of the KGB, Basic Books, Nueva York, 2000, pp. 324-335.

Por su parte, los gobiernos de los países participantes en el Plan Danubio (que, junto con la Unión Soviética, a la sazón pasarían a la historia como «los cinco de Varsovia») invocaron para justificar su intervención varias razones.

En primer lugar, se utilizó el argumento jurídico de que los órganos dirigentes del estado y del Partido Comunista de Checoslovaquia habían pedido formalmente una intervención militar. Pronto se demostró, sin embargo, que esa petición nunca se había producido y que la única iniciativa en tal sentido fue el llamamiento de algunos miembros de la vieja guardia comunista afín a Moscú para que se pusiera fin manu militari al proceso reformista. Encabezó esa solicitud el miembro del Presídium checoslovaco Vasil Bilak, quien, según la leyenda, habría cursado la petición mediante una carta que introdujo discretamente en un bolsillo de Bréznev durante la reunión que los cinco de Varsovia celebraron con sus camaradas checoslovacos en Bratislava (3 de agosto de 1968) para tratar de disuadirlos de sus planes reformistas. En contradicción con lo que iba a suceder a los pocos días, esa reunión había concluido con la firma de una declaración conciliadora en la que, tras reafirmarse todos en la fidelidad a los principios marxista-leninistas y la lucha contra la ideología burguesa, se abogaba por que cada país pudiera adoptar, conforme a sus condiciones específicas, su propia vía al socialismo.

En segundo lugar, se esgrimió el argumento político-militar del peligro de restauración del capitalismo en el país. Se hizo hincapié, al respecto, en el supuesto riesgo de una inminente invasión de Checoslovaquia por tropas occidentales: una típica maniobra de desinformación que se inscribía en la lógica de la guerra fría e iba a ser desmentida de inmediato por unos hechos que mostraban la inexistencia de los movimientos de tropas que la OTAN habría necesitado para llevar a cabo semejante invasión. Cuatro décadas después de aquellos hechos, está probado que la CIA conocía al detalle los preparativos de la invasión de Checoslovaquia, los desplazamientos de las divisiones participantes en torno al país en los días previos a la invasión, y el día y la hora en que esta se iba a llevar a cabo. El presidente Lyndon B. Johnson, que ni siquiera dio la orden de que las tropas norteamericanas destinadas en Europa se pusieran en estado de alerta la noche del día 20, siguió en todo momento la marcha de los acontecimientos a través del general D.J.H. Polk, comandante del Grupo Central de las Fuerzas Armadas estadounidenses acantonado junto a la frontera germano-checoslovaca. Desde luego, se daba por hecho que no habría una respuesta militar checa, puesto que había sido destituido el general Vaclav Prchlik, único mando militar que había planteado la necesidad de adoptar medidas para la resistencia armada ante una eventual invasión soviética. El conjunto de los datos de que disponía la administración estadounidense garantizaba que en sí la crisis checoslovaca no entrañaba una amenaza para la seguridad de Occidente y, por esta razón, en agosto de 1968 se ciñó a la estricta observancia de la doctrina geoestratégica de las «zonas de influencia» propia de la guerra fría, que en esa coyuntura coincidía con un momento especialmente delicado de la intervención militar estadounidense en Vietnam. Véase María Dolores Ferrero Blanco, «Las reacciones en Europa tras la invasión soviética de Checoslovaquia en 1968», Cuadernos Constitucionales de la Cátedra Fadrique Furió Cerial, núm. 45-46, Universidad de Valencia, 2003-2004.

Los mayores motivos de alarma soviéticos remitían, sin embargo, a los principios generales que inspiraban la nueva política económica checoslovaca. Esos principios se habían formulado en 1964 durante el debate sobre los métodos de gestión de la economía planificada que mantenía un grupo de intelectuales en el que destacaban los economistas Ota Sik y Siri Kosta. Las tasas de la renta nacional checoslovaca no habían dejado de caer en los años precedentes: 8,1 en 1960; 6,8 en 1961; 1,4 en 1962; -2,2 en 1963. Comisión Económica de Naciones Unidas para Europa, Economic Survey of Europe, cap. 1, p. 2, 1965. La brusca caída de 5,4 puntos registrada en 1962 se debía al descenso en la importación de bienes de equipo occidentales que registraron los países del Comecon tras la construcción, en agosto de 1961, del Muro de Berlín. En cualquier caso, la persistencia en las caídas justificaba de sobra el interés que despertó aquel debate y la necesidad de aplicar reformas económicas.

Los ejes básicos de las reformas que se plantearon hacían hincapié en la «socialización» de la propiedad de los medios de producción, en contra de la práctica nacionalizadora que concentraba en manos exclusivas del estado todas las decisiones económicas. Al respecto, se proponía la apertura de una vía de autogestión de las empresas que se fundamentara en la creación de consejos de fábrica y pusiera fin a la que se consideraba burocratización del sistema. El resultado de la propuesta iba a ser la coexistencia de una planificación centralizada en el nivel macroeconómico y una descentralización que, en el nivel de la empresa, aproximara la gestión de la economía checoslovaca al modelo autogestionario de la Yugoslavia socialista que en 1958 se había aprobado en Ljubljana, la capital de la república socialista eslovena. Obviamente, para los soviéticos no era precisamente ese el mejor aval de la reforma checoslovaca, porque, a pesar de que Yugoslavia fuera un estado socialista, la independencia de criterio de su presidente, Josif Broz, Tito, siempre había situado a su país al margen de la política de bloques y constituido un desafío al hegemonismo soviético, sobre todo desde que, en 1961, Tito tomó el liderazgo del pujante Movimiento de Países no Alineados.

Según Ota Sik, principal artífice de la reforma, en el modelo de planificación centralizada las tareas necesarias para el desarrollo las establecía solo el plan macroeconómico que fijaba la producción de cada empresa (productos a fabricar, procedimientos de fabricación, mano de obra empleada...), pero con la aplicación de la reforma las empresas podrían influir en el establecimiento de los planes nacionales y elegir entre las variantes de una misma inversión; la racionalidad del cálculo económico (en términos de rendimiento social, precios, créditos, tipos de interés...) no se fijaría, como en el pasado, exclusivamente mediante el control administrativo, sino que se haría a través de un conjunto de reglas e instrumentos económicos armonizados centralmente; los ingresos de las empresas habrían de cubrir los costes de la producción, en especial respecto a los costes salariales; los precios de los productos se fijarían sobre la base del valor trabajo (de acuerdo con el número de horas de trabajo socialmente necesarias para producirlos), pero al mismo tiempo tendrían que contribuir al equilibrio de la oferta y la demanda. L'URSS et les pays de l'Est, vol. VIII, núm. 2/1966, pp. 341-342. [...]

[...] Las suspicacias levantadas por los documentos reformistas se dirigían, sobre todo, contra lo que se entendía que era un cuestionamiento del papel dirigente del partido comunista en la sociedad y en la marcha de la economía. Conforme a las directrices del informe «La nueva perspectiva del socialismo en Checoslovaquia», presentado en abril de 1968 por Dubcek ante el pleno del comité central (e incorporado al «Programa de acción» del Partido Comunista de Checoslovaquia que debía someterse a la aprobación del XIV Congreso del Partido, convocado con carácter extraordinario para el 9 de septiembre): «Los profundos cambios en el sistema de dirección económica se completarán con amplios cambios también en la estructura de la producción, estructura que actualmente no corresponde a las condiciones checoslovacas y que se ha alejado del desarrollo progresista de las fuerzas de producción». Alexander Dubcek, «La nueva perspectiva del socialismo en Checoslovaquia», La vía checoslovaca al socialismo, Ariel, Barcelona, 1968, pp. 58-59. Para tranquilizarse respecto a las intenciones de Dubcek, a los dirigentes soviéticos no les bastaba con que este afirmara que los comunistas debían «mantener en este nuevo proceso una posición hegemónica, para conseguir que no se produzcan vacíos entre los intereses potenciales del pueblo y el programa del partido». Ibidem, pp. 71-72. Tampoco que, en el mismo sentido, el «Programa de acción» reafirmara el papel dirigente del partido: «Es de particular importancia en la actualidad que el partido lleve una política gracias a la cual pueda merecer plenamente su función dirigente en nuestra sociedad». «Programa de Acción del Partido Comunista de Checoslovaquia», La vía checoslovaca al socialismo, Ariel, Barcelona, 1968, p. 100.

No menor era la suspicacia que levantaba la instrumentalización estratégica de los hechos que hacían los sectores no comunistas de la sociedad checoslovaca. En ese contexto tendría, por ejemplo, gran eco el «Manifiesto de las 2.000 palabras», El «Manifiesto de las 2.000 palabras», publicado el 27 de junio en la Gaceta Literaria de Praga, lo encabezaba el periodista Ludvik Vakulik y fue suscrito por un centenar de personalidades públicas de la sociedad civil. que, en coincidencia con las críticas reformistas a la marcha de la economía, exigía «que nos expliquen lo que piensan producir y a qué precio de coste, lo que pueden vender, a quién y con qué beneficio, lo que será invertido para modernizar la producción y lo que será posible distribuir». Del mismo modo, animaba al pueblo a autoorganizarse en los niveles local y comunal en apoyo de los sectores comunistas que impulsaban las reformas democratizadoras: «nos opondremos a las ideas que algunos podrían propagar, según las cuales sería posible emprender una renovación democrática sin los comunistas, incluso en contra de ellos. Ello no solo sería injusto, sino disparatado, ya que los comunistas poseen organizaciones bien estructuradas de las que es preciso sostener el ala progresista». Además, los soviéticos creían cargada de razón su desconfianza a la vista de que el manifiesto proponía depurar de sus puestos a «todos aquellos que abusaron de su situación y dilapidaron los fondos públicos, que se distinguieron por su mala fe o su crueldad», una propuesta que apuntaba sin tapujos a los aliados incondicionales del Kremlin, y que sus autores remachaban con un «que se vayan».

Una reunión del Politburó decidió el 17 agosto la intervención militar, que tres días más tarde puso fin a lo que en Occidente se había calificado como «Primavera de Praga», estigmatizó la eventualidad de cualquier nueva aventura reformista promovida por las élites comunistas de la periferia soviética y, en consecuencia, empujó en adelante a la inteligentsia de esos países hacia unos objetivos de democracia y libre mercado que implicaban ya un cambio radical del sistema vigente [...]

Lluís Cànovas Martí, «Una nueva tangibilidad de fronteras: camino de la implosión soviética (2)»Dos fragments del capítol 5 de Tránsito de siglo (La globalización neoliberal), treball en curs