Nicolas Sarkozy y Ségolène Royal

Els candidats a la presidència de França, Nicolas Sarkozy y Ségolène Royal es troben en el programa «Débat» del canal TF1, l'únic debat entre els guanyadors de la primera volta electoral (2.5.2007)

Transversalidad y pragmatismo en las elecciones francesas de 2007

Lluís Cànovas Martí  /  9.10.2007

[ Vegeu també: Coyuntura internacional de 1996 / Vagues explosives: i contra què i contra qui. / Mayo de 1968 y los movimientos contestatarios / El susto Le Pen / Apuntes sobre políticas nacionales en la UE (2002-2007): Francia ]

En 2007, las elecciones galas se acomodaron una vez más a la tradicional bipolarización derecha-izquierda, nacida con la revolución francesa y mantenida a través del tiempo con fórmulas institucionales diversas. La fórmula actual, vigente desde que en 1958 el general De Gaulle fundó la V República, es la elección directa del presidente, ligada a una regla de mayoría con segunda vuelta que confiere al elegido una gran concentración de poder. Las competencias otorgadas al presidente configuran un régimen que, a imagen y semejanza del modelo bonapartista, a menudo ha sido calificado como monarquía republicana y en el que los cerca de seis mil altos cargos de designación presidencial (desde el primer ministro al administrador general de la Comédie Française) son equiparados a cortesanos.

La alternativa de la izquierda

La recurrencia en las críticas a ese modelo llevó a la candidata socialista de 2007, Ségolène Royal, a proponer la fundación de una VI República como respuesta a las necesidades de modernización del sistema político: alternativa que, según la corriente mayoritaria de la izquierda, en este momento implicaba el reconocimiento institucional del pluralismo existente en Francia y que, a falta de otros cauces, desde finales de los años noventa se expresaba mediante huelgas generales y reiterados episodios de violencia social, de especial virulencia en los estallidos populares de la banlieue (2005) y contra los contratos-basura para jóvenes (2006). Se trataría, según este análisis, de expresiones del mismo movimiento de rechazo social que impulsó al 55 % de los franceses a votar contra el Tratado constitucional europeo en el referéndum de 2005.

Pese a todo, el pluralismo político parecía haber hallado una nueva vía de desarrollo en las elecciones presidenciales de 2002, cuando con 16 aspirantes al puesto se dobló el número habitual de candidatos, estabilizado desde los años sesenta entre seis y ocho. La experiencia negativa de aquellas elecciones, en las que la izquierda se vio obligada a votar en favor del conservador Jacques Chirac como mal menor frente al ultraderechista Le Pen (quien pasó a la segunda vuelta en detrimento del candidato de izquierdas), determinó que en 2007 sólo se presentaran 12 candidatos. Pero más allá de las grandes palabras, la izquierda no aportó en 2007 soluciones alternativas claras y creíbles respecto a aquello que, según su propia intelectualidad, constituye el núcleo básico de la crisis social del sistema: las condiciones de pervivencia del estado del bienestar, cuestionado por las instancias de la globalización económica y resuelto perentoriamente por los gobiernos socialdemócratas de todo el mundo con el simple acomodo a las soluciones neoliberales de la derecha. Una especie de huida hacia delante que en último término, según sus críticos, conduce a la «transversalidad» de las ideas e iguala ante el electorado a derechas e izquierdas..

Se hizo evidente en la campaña francesa de 2007, donde las diferencias de fondo entre los programas de unos y otros bordeaban en demasiados puntos la confusión y, como viene siendo habitual en todas partes, llevaron a los directores de campaña a cargar las tintas en las características personales de quienes los proponían. En la conciencia del déficit de sus propuestas, y ante la necesidad de renovar la imagen del Partido Socialista deteriorada por las últimas derrotas, los socialistas habían escogido como candidata a Royal con el 60,6 % de los votos, en el curso de una dura batalla interna que apeó a dos de sus pesos pesados, el ex ministro de Economía Dominique Strauss-Kahn (20,8 %) y el ex primer ministro Laurent Fabius (18,5 %). Éste, líder del ala izquierda, encarnaba el aparato; Strauss, la eficacia tecnocrática; Royal, el mercado. El partido optó por el mercado, a pesar de las incoherencias ideológicas que Royal implicaba como mercancía: una atildada Barbie de impecable presencia y complaciente sonrisa en la que los críticos de la izquierda identificaban la caricatura de lo políticamente correcto, siempre dispuesta a adoptar la postura conveniente para ampliar su círculo de votantes. Así, por ejemplo, Royal adoptó sin empachos la defensa del matrimonio homosexual con la misma naturalidad con que poco antes había usado los valores convencionales de la familia para desacreditarlo: una opción que como madre de familia numerosa le había reportado excelentes réditos en su feudo de Poitou-Charentes.

La alternativa de la derecha

Tampoco el candidato de la derecha se alejaba de las leyes de la mercadotecnia electoral. Indiscutido entre los suyos (elegido con el 98 % de los votos de la Unión por un Movimiento Popular, UMP), Nicolas Sarkozy vendía la imagen de un hombre esforzado y tenaz que se había hecho a sí mismo y no se arredraba ante la adversidad. El tesón apasionado y concluyente que puso en todas sus propuestas y su facilidad para el trato directo con las gentes ganaban la confianza de una parte importante del electorado, tanto como el contenido populista de algunas de sus iniciativas más desaforadas (como las de someter a castración a los pedófilos y exigir pruebas de ADN en la reagrupación familiar de los inmigrantes) o el uso discrecional de juicios y palabras insultantes (como el término racaille, «chusma», contra los airados contestatarios de 2005 cuando en la cartera de Interior se consagró como el duro por antonomasia) que conectaban con los sentimientos del electorado de ultraderecha y a la postre cumplían fielmente el cometido de dejar fuera de juego a Le Pen, apuntillado además con la promesa de crear un Ministerio de Inmigración e Identidad Nacional. La novedad de Sarkozy respecto a la tradición de políticos de la derecha era su alejamiento de la impronta aristocrática de la Escuela Nacional de Administración (ENA), cuna natural de los últimos presidentes franceses, a la que era ajeno.

Además, lejos de presentarse como un conservador, centró su batalla dialéctica en lo que calificó como «revolución cultural», una expresión, tomada de la izquierda sesentayochesca, a la que daba la vuelta para subrayar la necesidad de «asumir la cultura del esfuerzo»: trabajar más para cobrar más, y desfiscalizar las horas extras para hacer irrelevante de una vez por todas la semana laboral de 35 horas. Sarkozy atribuía al Mayo del 68 y a la iniciativa socialista de esas 35 horas (que proponían trabajar menos para repartir el trabajo, en lo que para él era un subproducto de aquella utopía que consideraba espuria) el origen de todos los males de la Francia actual y, en particular, de sus bajos niveles de crecimiento económico, estancados desde 2001 entre el 1% y el 2 %, salvo en 2004, que alcanzó el 2,5 %. Para iniciar el despegue, Sarkozy abogaba por un ejercicio de reforma administrativa que denominó pomposamente «refundación estatal», y cuya primera providencia era poner fin a la onerosa sangría de la función pública, que con sus 5,2 millones de funcionarios representa el 44 % del presupuesto del estado: reducir la plantilla funcionarial, las plazas del ENA, los procedimientos de contratación, los sistemas de oposiciones. Se definió como un liberal, aunque hizo hincapié en la necesidad de una política intervencionista atenta al papel estratégico de las empresas públicas, que ensalzó en términos de patriotismo industrial frente a las OPAs hostiles de las multinacionales. Y por supuesto, colocó a las empresas estatales junto a la función pública en su particular lista de ahorros: reforma de los regímenes especiales de jubilación y pensiones en las empresas y servicios públicos, adelantó. No se olvidó de subrayar los privilegios que suponían para medio millón de franceses y que, en algunos casos, dan lugar a auténticos oasis de bienestar, como los que disfrutan por derechos adquiridos a comienzos del siglo XIX los funcionarios del Banco de Francia, un abuso que se decía dispuesto a atajar. Desde luego, la promesa de semejantes medidas en el espíritu resentido y acaso revanchista de una población aquejada por las constricciones de la crisis iba a tener su traslación a las urnas. Como previsiblemente, si se llevaban a cabo, lo tendría en la calle y ante los tribunales por las resistencias sindicales y la oposición de las asociaciones profesionales afectadas.

Elecciones presidenciales

En la primera vuelta de las elecciones presidenciales, 22 de abril, Sarkozy obtuvo el 31,18 % de los votos; Royal el 25,87 %: casi dos millones de votos de diferencia. El centrista François Bayrou, de la Unión para la Democracia Francesa (18,57 %), aseguró que no votaría a Sarkozy en la segunda vuelta, y Jean-Marie Le Pen, del Frente Nacional (10,44 %), pidió la abstención.

En la segunda vuelta, 6 de mayo, Sarkozy aumentó su ventaja: 53,06 % frente a 46,94 % de la socialista, dos millones doscientos mil votos de diferencia. La participación, del 83,97 %, era la más elevada desde el triunfo de Mitterrand en 1988 (84,06 %).

Testimoniales, el resto de candidatos de izquierdas, que en ningún caso alcanzaron el 5 % de votos exigido para que el estado les resarciera de sus gastos de campaña: las formaciones trotskistas encabezadas por Olivier Besancenot (Liga Comunista Revolucionaria, 4,08 %), Arlette Laguiller (Lucha Obrera, 1,33 %) y Gérard Schivardi (Partido de los Trabajadores, 0,34 %); la candidata del Partido Comunista, Marie-George Buffet (1,93 %); la verde Dominique Voynet (1,57 %) y el alterglobalizador José Bové (1,32 %). Igualmente, el ultraderechista François de Villiers (Movimiento por Francia, 2,23 %) y, en la bola del conservacionismo más rancio, Frédéric Nihous (Caza-Pesca-Naturaleza-Tradiciones, 1,15 %).

Las elecciones legislativas

Una innovación de 2002 fue que los partidos mayoritarios acordaron reducir de siete a cinco años el mandato presidencial para que, en lo sucesivo, se mantuviera la coincidencia que se había dado ese año entre los comicios presidenciales y los de la Asamblea Nacional: si éstos se celebraban pocas semanas después que las elecciones presidenciales, se reducía la probabilidad de resultados de signo dispar y se ponía freno a gobiernos de cohabitación como los que propiciaron los consensos de los años ochenta y noventa.

En 2007, las elecciones legislativas se celebraron los días 10 y 17 de junio, con abstenciones del 39,5-40 % que supusieron un nuevo golpe al pluripartidismo: corroboraron el triunfo de la UMP (313 escaños) frente al PS (186). Uno y otro partido completarían sus grupos parlamentarios con los diputados de los partidos afines, hasta los 320 y los 204 escaños, respectivamente. Además, se constituyeron los grupos Izquierda Demócrata y Republicana, con 24 escaños, y Nuevo Centro, con 23. Siete diputados figuraron como no inscritos.

En un ejercicio de pragmatismo facilitado por la transversalidad de los programas, el primer gobierno de Sarkozy incorporó a tres ex dirigentes socialistas: Bernard Kouchner al frente del Ministerio de Exteriores, y Jean-Pierre Jouyet y Eric Besson como secretarios de Estado de Asuntos Europeos y de Prospectiva, respectivamente. Otros socialistas declinaron los puestos que les eran propuestos, pero se ofrecieron a colaborar: el ex ministro de Exteriores Hubert Védrine, lo hizo con un informe sobre la mundialización; un ex consejero de Mitterrand, Jacques Attali, con otro sobre el medio ambiente y el poder adquisitivo de los franceses; Strauss sería promovido al puesto de director-gerente del FMI. Sarkozy anunciaba que proseguiría con su política de «apertura» en las próximas remodelaciones de gobierno. Tras dejar fuera de juego a la extrema derecha, profundizaba en la crisis socialista.

[ Vegeu també: Coyuntura internacional de 1996 / Vagues explosives: i contra què i contra qui. / Mayo de 1968 y los movimientos contestatarios / El susto Le Pen / Apuntes sobre políticas nacionales en la UE (2002-2007): Francia ]

Lluís Cànovas Martí, «Transversalidad y pragmatismo en las elecciones francesas de 2007» Escrit per a Larousse 2000 (Actualización 2008), Editorial Larousse, Barcelona, 2007