Sociedad, ciencia y cultura en el cambio de milenio

Lluís Cànovas Martí  /   22.12.1999

Una demografía de seis mil millones

La población del planeta alcanzó los seis mil millones de habitantes. El acontecimiento se simbolizó en torno al niño bosnio-musulmán Adnan Mevic, nacido al minuto de cumplir la madrugada del 12 de octubre de 1999 en el hospital Kosevo de Sarajevo. Se trataba de uno de los 350.000 nacidos probabilísticamente ese mismo día en todo el mundo, pero en un sencillo acto de reconocimiento el secretario general de Naciones Unidas, Kofi Annan, lo tomó en brazos para sacarlo del anonimato y convertirlo, en cuanto habitante que redondeaba la mágica cifra estadística, en símbolo de la esperanza de la humanidad del cambio de milenio: en ausencia de registros unificados, ni tan sólo se tenía la certeza de que fuese ese día el del hecho celebrado, y la misma fecha, cuadratura de la Pax americana dominante, fue escogida en razón de su valor de efeméride, la que corresponde al descubrimiento/nacimiento del Nuevo Mundo. El escenario escogido fue Sarajevo por razones obvias: esperanza de recuperación de una etnia víctima de genocidio, cuyas mujeres se veían obligadas a parir bajo los obuses de la artillería apenas cuatro años antes, en una situación resuelta sólo por la intervención de los cascos azules de Naciones Unidas. Se subrayaba así el mensaje subliminal de la máxima organización internacional como garante última de la multietnicidad que los demógrafos auguran será característica destacada del siglo XXI.

El estado de superpoblación del planeta, resultado de la explosión demográfica de las décadas precedentes, fue objeto del informe de Naciones Unidas Estado de la población mundial 1999: el número de habitantes se había duplicado desde los tres mil millones de 1960 y cuadruplicado desde 1900; en 1987, alcanzaba los cinco mil millones y, pese a que su crecimiento se ha moderado desde el 2,4 por ciento de 1970 al 1,3 por ciento, al ritmo actual el planeta alcanzará los 9.400 millones de pobladores en el 2050. El ritmo de crecimiento varía, sin embargo, de una región y continente a otros (el 95 por ciento procede del tercer mundo, donde Asia y el África subsahariana, con 5,5 hijos por mujer, son los mayores contribuyentes), y, aunque moderado por la difusión de las técnicas anticonceptivas y por los niveles de desarrollo económico del primer mundo (donde Europa y Japón han detenido e incluso aminorado sus tasas, mientras Estados Unidos la salva gracias a la inmigración), se enfrenta a la realidad de una humanidad que nunca hasta ahora dispuso de un número de mujeres tan elevado en edad fértil, razón por la cual, pese a disminuir el número de hijos por mujer, la población sigue creciendo.

Una salud amenazada

El Informe 1999 de la Organización Mundial de la Salud (OMS) señalaba al tabaquismo, el sida y la malaria como las tres grandes plagas a las que debía enfrentarse el mundo en los próximos años.

En 1999 cuatro millones de personas murieron por el consumo de tabaco. Aunque, desde 1950, no menos de 70.000 artículos científicos han señalado la relación entre el hábito de fumar y la muerte prematura, el consumo de tabaco se ha doblado desde 1970, pasando de los tres billones de cigarrillos consumidos ese año a los seis billones de 1999.

El sida se cobró durante 1999 la vida de 2,2 millones de personas (un 10 por ciento más que en 1998), las cuales se sumaban a los 12 millones de fallecidos en el curso de las dos décadas transcurridas desde la aparición del VIH. El número de seropositivos se situaba al concluir el año en los 37 millones: el 95 por ciento habitantes de países del tercer mundo, y de ellos tres de cada cuatro en el África subsahariana. En Botswana y Zimbawbe, por ejemplo, el 25 por ciento de los adultos estaban infectados y los niños nacidos en 1999 tenían una esperanza de vida de cuarenta años, frente a la de setenta que habrían podido tener sin la incidencia del sida.

El 40 por ciento de la población mundial vive en lugares con un alto riesgo de contraer malaria y, de hecho, esta enfermedad infecciosa afectó durante el año a 300 millones de personas, de las cuales fallecieron un millón. Los focos endémicos más importantes de esta enfermedad se localizan en África, donde es la causa del 20 por ciento de la mortalidad infantil, especialmente en el África subsahariana, que registra el 90 por ciento de los fallecidos en el mundo por esta causa.

Desde luego que los buenos augurios para el nuevo milenio no alcanzaban pues para todos, pero en sus programas la OMS planteaba reducir a la mitad el consumo del tabaco para evitar 140 millones de muertes por tabaquismo hasta el año 2050. Una voluntad política que el gobierno de Estados Unidos hizo efectiva (mientras los fumadores europeos ponían las barbas a remojar) mediante acotaciones más severas en el uso público del tabaco y demandas judiciales contra las tabacaleras por añadir sustancias adictivas a los cigarrillos y por los gastos sanitarios a que obliga el tratamiento posterior de sus males. La malaria estaba pendiente de ser erradicada mediante campañas de vacunación masiva, posibles por los recientes descubrimientos de sueros médicos. Más difícil la contención de los avances del sida en África, donde, entre otras razones, la falta de estructuras sanitarias y de la financiación necesaria imposibilitan que la epidemia pueda controlarse y pase a la fase de enfermedad pandémica con tratamiento crónico de los afectados, como ha sucedido en el primer mundo. Aunque en conjunto la humanidad dedicaba el 9 por ciento de su producto interior bruto a la sanidad, mil millones de personas seguían en 1999 sin beneficiarse de los avances sanitarios del siglo.

Las seducciones del desarrollo

En las condiciones de insatisfacción general señaladas, no es de extrañar que los flujos de la migración siguieran abalanzándose sobre la Unión Europea, que para evitarlo continuó protegiéndose de los «ilegales»: africanos al sur, centroeuropeos y asiáticos al este, latinoamericanos al oeste. El gobierno español, por su parte, decidió impermeabilizar el estrecho de Gibraltar con un sistema de vigilancia integral dotado con altas tecnologías capaces de detectar el paso de pateras, aunque éstas desviaron parte de su tráfico hacia Canarias y la presión sobre la zona se mantuvo. Respecto al flujo inmigrante procedente del Este europeo, los planes comunitarios, que establecieron una lista de países candidatos al ingreso en la UE, se proponían equilibrar la situación en unos años. En Alemania, los cambios políticos facilitaron una nueva ley de Ciudadanía por la que se concedió la nacionalidad a los inmigrantes con ocho años de residencia y a sus hijos, mientras que en España, que registró los primeros incidentes racistas socialmente significativos, acababa el año con un paquete de medidas regularizadoras de la inmigración en el Senado, y una mayoría de senadores dispuesta a enmendar la plana a los congresistas, que se lo habían remitido en medio de fuertes polémicas. Más unanimidad hubo en Austria y en los cantones suizos en torno a las opciones políticas de signo xenófobo, que ascendieron notablemente. La prometida interculturalidad del siglo XXI aparecía, pues, preñada de dificultades.

Los nuevos movimientos de defensa del consumidor

Sin embargo, el envidiado confort de la Europa occidental era menor de lo que los mismos europeos estimaban. Por ejemplo, algunas prácticas desaprensivas motivadas por el afán de lucro minaron la credibilidad en los controles de calidad de los alimentos y devolvieron a la realidad de algunas miserias cotidianas: en Bélgica, se descubrió que los pollos y los cerdos de numerosas granjas estaban contaminados con dioxinas debido al tratamiento poco escrupuloso de los piensos. El hecho vino a coincidir con el levantamiento, en medio de grandes reticencias de los consumidores, de las restricciones impuestas a la exportación de los productos cárnicos británicos sobre los que pesaba el embargo por el «mal de las vacas locas», y a los pocos días grandes partidas de coca-cola tuvieron que ser retiradas urgentemente del mercado por un fallo de envasado que las convertía en una amenaza para la salud. Mientras, se extendía la oposición a los productos transgénicos de las multinacionales agroalimentarias estadounidenses, sometidos a moratoria de producción e importación en el Reino Unido y directamente prohibidos en Francia, durante un debate generalizado en toda Europa que apenas alcanzó a una España que dedicaba ya grandes extensiones a dichos cultivos. La polémica sobre los peligros que se ciernen sobre los consumidores por causa de la voracidad del sistema alimentario se situó así durante unos meses en primera fila, mientras en Alemania ganaba popularidad el modelo de agricultura biológica patrocinado por ecologistas y verdes, y en Francia se extendía el movimiento en solidaridad con el dirigente campesino occitano José Bové, condenado por desmontar un MacDonald's en plena campaña de denuncia contra el modelo gastronómico de fast food difundido por las multinacionales del sector.

La producción/creación científica

Ningún rechazo provocaron en cambio los nuevos y ambiciosos proyectos de la NASA para la próxima década: la misión Deep Impact con objetivo el cometa P/Tempel y la misión Messenger hacia Mercurio. La conquista del espacio constituía un hito del American way of life que había sido asumido plenamente en todas partes y en el que, por sus implicaciones en el sistema de la globalización, participaban también la Agencia Europea del Espacio y la Agencia Rusa, forzada ésta a clausurar su estación orbital Mir por falta de presupuesto. Clara la primacía del gigante americano en el campo de la tecnología punta, ni siquiera fue puesta en entredicho cuando un grave error de conversión de unidades métricas dio al traste con la misión Mars Climate Orbiter en la atmósfera marciana. Los científicos estadounidenses se manifestaban pioneros en todos los campos. En astrofísica, se localizaba por primera vez un sistema planetario similar al nuestro, mientras los equipos investigadores de la geometría del cosmos determinaban que el universo es plano; en moletrónica, el proceso de miniaturización de chips avanzaba en el camino de condensar memorias prodigiosas en tamaños de fábula; los físicos dieron fugaz vida al 114º elemento periódico; avanzaron los conocimientos sobre el genoma humano e incluso se detectó el gen que controla el envejecimiento, manipulado sobre ratones que doblaron su esperanza de vida; en medicina, la terapia génica se colocaba así en la vanguardia de las esperanzas de la investigación, mientras la realidad de las técnicas de reproducción asistida incorporaba como coartada el debate sobre los problemas éticos de la clonación en humanos, que se aventuraba podría estar ya en marcha en algún lugar...

La cultura del mercado

Era ya un lugar común que la ciencia había venido a ocupar el lugar creativo que en el pasado ostentaron las artes. Éstas, despreocupadas de sus antiguas inquietudes, limitaban su papel a la satisfacción de las exigencias del mercado, que en sus grandes manifestaciones, y en ausencia de otros mecenas, quedaba bajo el patrocinio del estado o las grandes corporaciones. La era de la globalización necesitaba coronar su representación espectacular mediante la asunción de símbolos propios que asumieran ese papel, y sólo aquéllos podían administrarlos, sufragarlo y a la postre rentabilizarlo en cuanto nueva mercadería. Buena parte de cuanto se estima como cultura siguió girando pues en torno a las grandes infraestructuras: el edificio del Reichstag de Berlín, reformado por Norman Foster; el Liceo de Barcelona, recuperado tal cual; el Kursaal de San Sebastián, de Eduardo Moneo, fueron algunas de las que se incorporaron a la nómina de aquéllas. Pero el mundo se batía en un plano dual en el que la misma naturaleza proporcionaba con sus cataclismos en el tercer mundo (terremotos, tifones o erupciones) los elementos del espectáculo que iban a ser procesados en cuanto drama solidario por los mass media, o las imágenes confortantes del último eclipse del milenio, considerado un acontecimiento trascendente en el primer mundo, en cuanto comunión simultánea de millones de gentes. Más rentables, los fondos museísticos del pasado, movilizados en exposiciones itinerantes, embajadas de la cultura universal de siempre: Caravaggio en el Museo del Prado, los pintores flamencos en Venecia, Velázquez en Nueva York... Y sospechosa de servir los intereses espúreos de la manipulación, la de los jóvenes autores de Sensations, presentada en el Museo de Arte Moderno de Nueva York, en Brooklin, quienes con sus defecaciones y sacrílegas iconografías ocuparon la ausencia de vanguardia. En esa ausencia, el Guggenheim de Bilbao entraba en el milenio con una exposición sobre la moto, a todo gas.

Más orientada, la industria cinematográfica seguía barajándose entre las grandes superproducciones de Hollywood y los modos más artesanales del cine europeo. Los Oscar marcaron la diferencia: Shakespeare enamorado, de Johnn Madden, y Salvar el soldado Ryan, de Steven Spielberg, frente a la italiana La vida es bella, de Roberto Benigni. Todo sobre mi madre, del español Pedro Almodóvar, conquistó, entre otros palmarés, Cannes. En Venecia, los leones fueron para el chino Zhang Yimou, por Ni uno menos, y el iraní Abbas Kiarostani, por El viento nos llevará: avances del cine asiático sobre Occidente.

El escritor alemán Günter Grass contribuía, con su obra Mi siglo, a redimir a la literatura del fatalismo que desde hace años parece estigmatizarla de los compromisos, pero ¿pese a él? quedaba con la concesión del premio Nobel ratificado en la nómina de los negocios multimillonarios, global a todos los efectos.

Lluís Cànovas Martí, «Sociedad, ciencia y cultura en el cambio de milenio»Escrit per a l'Anuario Océano 1999, Grupo Editorial Océano, Barcelona, 2000